La plástica cubana actual es como una máquina que sigue funcionando después que se paró el motor. A pesar de la pérdida del clima cultural de los 80, el éxodo intelectual, la contracción de la enseñanza del arte, el jineteo y la situación extrema en la que se encuentra el país, los artistas siguen brotando en Cuba como mala yerba. Así comienzan las palabras al catálogo de Las metáforas del templo, una exposición colectiva devenida en hito para la historiografía del arte cubano contemporáneo. Una muestra realizada en 1993, una nómina de artistas muy jóvenes entonces –hoy figuras relevantes del panorama visual en la Isla–, y un texto escrito por el curador y crítico Gerardo Mosquera. Treinta años han pasado. 

Si se obviara la referencia a la década de los 80, aquella cita pudiera ubicarse en un entramado mucho más inmediato, en el cual se desarrolla actualmente la producción artística en Cuba. No es la intención comparar ambas generaciones de creadores, ni se intenta afirmar que se han mantenido invariables las características que definen el arte generado desde entonces y hasta hoy.

La idea de un nuevo concurso para las artes visuales en Cuba surge ante la necesidad de espacios de visibilidad y circulación para el arte emergente, sostenida durante las últimas décadas. Son exiguos los ejemplos que permanecen en medio de una crisis sostenida que ha afectado, también, la gestión institucional desde la cual han surgido la mayoría de dichos certámenes –dígase salones, concursos, convocatorias de diversa índole.

En estas circunstancias se ha proyectado, desde la plataforma que es el Fondo de Arte Joven, una iniciativa enfocada en el apoyo a las más recientes promociones de artistas visuales cubanos que viven y trabajan en Cuba: malaYerba. concurso de artes visuales.

La muestra que ha resultado de esta primera edición se acerca a la expresión grupal de un conjunto de inquietudes propias de una nueva generación de artistas; no obstante, pareciera que nos situáramos frente a constantes déjà vu: historias, escenas, íconos ya reconocibles para quienes hemos pasado un tiempo en contacto con el arte cubano contemporáneo.

Con el guiño a la definición de Mosquera –utilizado ahora como título de un concurso– enfatizamos en la germinación constante de artistas, obras y proyectos, en medio de un hábitat que insiste en serles agreste. 

Sandra García Herrera